jueves, 25 de noviembre de 2010

UN CUENTO DE OTOÑO

POR QUÉ EL PINO, EL ABETO Y EL ENEBRO CONSERVAN SUS HOJAS EN INVIERNO.

Una vez, hace mucho tiempo, hacía mucho frío; el invierno estaba cerca. Todos los pájaros emigrantes se habían marchado hacia el sur, para quedarse allí hasta que llegase la primavera. Pero quedaba un pajarito que tenía un ala rota y no podía volar. No sabía qué hacer. Miró a su alrededor para ver si encontraba un lugar donde abrigarse y vio los hermosos árboles del enorme bosque:

- Quizá los árboles me cobijarán durante el invierno-, pensó el pobre pajarito.

Llegó al lindero del bosque. El primer árbol que encontró fue un álamo blanco de hojas plateadas.

- Álamo precioso. ¿Me dejas vivir en tus ramas hasta que llegue el buen tiempo?
- ¡Ahhh...! ¡Vaya una idea! Bastante trabajo tengo con vigilar mis propias ramas. ¡Fuera de aquí!

El pobre pajarito, aleteando lo mejor que pudo con su ala rota, llegó al árbol siguiente. Era un roble grande y frondoso.

- Roble, buen roble, ¿me dejas vivir en tus ramas hasta que llegue el buen tiempo?
- ¡Vaya una pregunta! Si te dejo vivir en mis ramas picotearás todas mis bellotas. ¡Fuera de aquí!

Aleteando lo mejor que pudo llegó a un gran sauce que crecía a orillas del río.

- Precioso sauce, ¿me dejas vivir en tus ramas hasta que llegue el buen tiempo?
- No, de ninguna manera. Yo no cobijo jamás a desconocidos. ¡Fuera de aquí!

El pobre pajarito no sabía ya a quién dirigirse. Muy pronto le vio el abeto y le dijo:

- ¿Dónde vas, pajarito?
- No lo sé, los árboles no quieren cobijarme y yo no puedo volar lejos con mi ala rota.
- Ven a mis ramas puedes escoger la que más te guste; mira, me parece que en este lado se está más caliente.
- Muchas gracias, pero ¿podré quedarme todo el invierno?
- ¡Claro! Así me harás compañía.

El pino estaba muy cerca de su primo el abeto, y cuando vio al pajarito que brincaba y revoloteaba sobre las ramas del abeto, le dijo:

- Mis ramas no son frondosas, pero puedo proteger del viento al abeto, porque soy grande y fuerte.

Cuando el enebro se enteró, dijo que daría comida al pajarito durante todo el invierno. Sus ramas estaban cubiertas de hermosas bayas negras, y las bayas del enebro son un gran alimento para los pájaros.
El pajarito estaba muy contento en su casa, tan caliente y bien abrigada, y todos los días iba a comer a las ramas del enebro.
Aquella noche el viento del norte pasó por el bosque. Sopló sobre los árboles con su aliento helado y hoja que tocaba, hoja que caía. Quería tocar todas las hojas porque al viento del norte le gusta ver los árboles desnudos.

- ¿Puedo jugar con todos los árboles? -preguntó el viento del norte a su padre, el Rey de la Escarcha.
- No -dijo el Rey-, los árboles que han sido buenos con el pajarito, pueden conservar sus hojas.

Y el viento del norte los dejó en paz, y el pino, el abeto y el enebro conservaron sus hojas todo el invierno hasta que brotaron las nuevas. Y desde entonces, siempre ha sido así.
FUENTE: elmaestrocuetacuetos.com

jueves, 18 de noviembre de 2010

COMO SE ADQUIERE UN MAL HÁBITO

Muchos padres no saben qué hacer para que sus hijos abandonen alguna mala costumbre como morderse las uñas, chuparse los dedos, enrollarse los pelos en el dedo, hurgarse la nariz, decir palabrotas, etc. Y muchos de ellos tienen razón en preocuparse ya que algunas costumbres que se inician en la infancia, pueden conservarse hasta la edad adulta. Además, por detrás de cada mala costumbre existe algo que pueda justificarla. Es decir que el mal hábito puede ser apenas una forma que el niño tenga de expresar algo que le esté molestando.

Es necesario estar atento y, siempre que sea posible, se debe cortar lo malo por la raíz. Pero sin agobios ni ansiedades, porque en este caso los resultados pueden no ser nada buenos. Con paciencia, determinación y mucho cariño, todo se soluciona para el bien de los niños.

Según el Dr. Pedro Barreda, de padiatraldia, no todas las manías o actos repetitivos son motivo de preocupación. Dependen de la edad del niño, de las circunstancias y de la frecuencia con que aparezca el habito. A veces sencillamente se tratan de gestos que pertenecen a su lenguaje corporal.

¿Cómo un niño adquiere un mal hábito?

Existen algunos motivos por los que un niño empieza a repetir una mala acción. Una de las vías para adquirir un mal hábito es la imitación. Los niños, principalmente los más pequeños, aprenden imitando. En casa, los niños imitan a sus padres y/o hermanos. En la escuela, a sus compañeros. Si el niño, no todos, convive con alguien que guiña los ojos a cada tres por cuatro, es probable que con el tiempo llegue a imitarlo e inconscientemente se inicia un hábito. Lo mismo ocurre si los padres de este niño están diciendo palabrotas todo el día. ¿Cómo querrán ellos que su hijo no aprendan lo mismo? Hay que introducir buenos hábitos en la vida de los niños, y todo empieza en la familia, en la casa.

Otra vía de adquisición de un mal hábito puede tratarse de señales que el niño emite cuando no encuentra ni tiene palabras para expresar lo que siente o lo que le preocupa. Acaban comunicándose a través de alguna mala costumbre. En niños mayores, lo mismo puede pasar si ellos no encuentran diálogo en la familia, o no son entendidos por sus padres. Acaban adquiriendo un mal hábito para llamarles la atención. Es probable que, en estos casos, el niño se desahogue en una mala acción que se convertirá, en muchos casos y con el tiempo, en un mal hábito.
FUENTE:giainfantil.com

jueves, 11 de noviembre de 2010

UN CUENTO PARA NUESTROS HIJOS

EL CUENTO DE RATAPÓN.
Había una vez un conejito gris que vivía con su mamá en una bonita madriguera bajo la hierba espe­sa. Se llamaba Ratapón y su mamá Mariquita Cola-corta. Todas las mañanas cuando Mariquita Cola-corta iba a buscar la comida, decía a su hijo:

-Ahora, Ratapón, quédate quieto y no hagas rui­do. Veas lo que veas, oigas lo que oigas, no te muevas. Recuerda que no eres más que bebé-conejo y escón­dete bien.
Y Ratapón decía: «Sí, mamá».

Un día un pájaro se posó sobre una rama gritando:
-Ladrón, ladrón.
Pero Ratapón no movió ni pie ni pata.
Otro día, una mariquita de San Antón, dio un pa­seo a lo largo de un tallo de hierba, pero como pesaba demasiado, al llegar arriba, bajó rodando hasta el suelo. Ratapón tenía muchas ganas de reír, pero no movió ni pie ni pata. Y permaneció quieto.
Aquel día el sol calentaba mucho y todo parecía dormir.
De repente, Ratapón oyó un ruidito, lejos..., muy lejos, como si alguien hiciera chss-chss-chss muy sua­vemente. Escuchó. Era un ruido muy raro: primero más débil, luego más cerca.
“¡Es curioso! -pensó Ratapón-. ¿Qué podrá ser? Es como si alguien se acercara; pero siempre que alguien se acerca, oigo sus pasos y ahora no oigo más que chss-chss-chss. ¿Qué podrá ser? ”
El ruido era cada vez más fuerte. De pronto, Ratapón olvidó las órdenes de mamá y se levantó sobre sus patas traseras. El ruido cesó.

-¡Bah! Ya no soy un bebé, tengo tres semanas; quiero saber que es esto.

Sacó la cabeza fuera de la madriguera y vio... los ojos de una espantosa serpiente fijos en los suyos.

-¡Ma... má! ¡Ma... má! ¡Oh! Ma...

Pero ya no pudo gritar más porque la malvada ser­piente ya le había cogido de una oreja y se enroscaba alrededor de su cuerpecito. ¡Pobre Ratapón!
Pero su mamá le había oído. Saltó sobre las pie­dras, brincó por los collados y corrió como el viento a través de la hierba y a través de los brezos. Ya no era la tímida Mariquita Cola-corta, sino una mamá que iba a salvar a su hijito. Cuando vio a Ratapón y a la serpiente, tomó impulso, saltó sobre el lomo del horrible animal y le arañó con sus uñas. La serpiente silbó con rabia pero no soltó a Ratapón. Mariquita Cola-corta, saltó de nuevo y, esta vez, le rasgó la piel y le hizo tanto daño que la serpiente se retorció, pero sin soltar a Ratapón. Por fin, mamá Coneja, saltó por tercera vez, y desgarró la piel de la serpiente con sus uñas. Mordía y arañaba tanto, que la serpiente tuvo que soltar al conejito y Ratapón rodó como una pelota y empezó a correr.

-¡Corre, deprisa! ¡Corre, deprisa! -gritaba la madre; y ya podrás imaginar cómo trotaba! Unos mo­mentos después, Mariquita Cola-corta le alcanzó y le enseñó el camino. Cuando la madre corría, se veía la manchita blanca de su cola, y Ratapón seguía la man­chita.
Le llevó lejos, muy lejos, a través de la hierba espesa, hasta un lugar donde la malvada serpiente no pudiera volver a encontrarles y allí construyó otra madriguera. Y ya te darás cuenta que, ahora, cuando la madre dice a Ratapón que se quede escondido, no le quedan ganas de desobedecer.

(Adaptación de un cuento de Ernst Thompson Seton).
FUENTE: elmaestrocuentacuentos